Es el título de un artículo publicado en el New York Times el 19 de enero de 2017 ("Who will care for the caregivers?").
Plantea
lo que ya se ha denominado comúnmente “crisis de los cuidados”. En este caso
lanzando la pregunta urgente de qué pasará cuando el número de personas mayores
y/o dependientes, sobrepase al número de cuidadores potenciales. El autor lo
plantea en el caso de EEUU, pero fácilmente extrapolables a España, aunque
varíen los datos. Explica que en 2015 todavía había una ratio de 7 cuidadores
familiares potenciales por cada persona mayor de 80 años. Ratio que posiblemente
descenderá a 4 en 2030 y que será menos de 3 en 2015.
Ratio
que sin duda dependerá de la tasa de envejecimiento, la tasa de natalidad, la
media de número de hijos por familia, su estructura y relaciones familiares y
el grado de dependencia a partir de cierta edad. A nuestro favor juega (o en
contra, según se mire), como siempre, el que seamos un país “familista”,
comúnmente hablando. Es decir, que todavía confiemos en que la familia acudirá para
casi todo en nuestra ayuda.
Pero
también jugará en nuestra contra, previsiblemente, la tan manida “fuga de
cerebros”, que sin duda se traducirá en una “fuga de cuidados”. Tiempo al
tiempo. El joven que hoy se ha ido por voluntad o por obligación al extranjero en
busca de trabajo, y con suerte logre formar una nueva vida, con nuevos vínculos
y relaciones y todo un futuro por delante, difícilmente regresará dejando todo
eso atrás para cuidar de los que aquí quedaron, ya para entonces mayores y
dependientes.
Entonces sí… ¿quién cuidará a los cuidadores? Pregunta clave,
compleja, probablemente difícil de responder. Hasta da miedo pensar en ello.
Me viene al recuerdo otro
artículo que salió publicado en la BBC el 6 de enero de 2014 con un título
llamativo: "Por qué los suizos y alemanes "exportan" a sus abuelos". Premonitorio, sin
duda.
Y aquí surge una vez más la
segunda pregunta: ¿qué papel jugará en esto la familia?
Está claro que cuidar, seguirá
cuidando. No sabemos si todas las familias, a quién, a cuántos, hasta cuándo y
de qué manera. Pero las alternativas a la familia no parecen muchas. Y no
siempre convencen. O no parecen las más idóneas.
La cuestión es, ¿la familia
cuidadora, además de cuidar hoy, aquí y ahora, va a saber dar continuidad a ese
cuidado? Es decir, ¿va a conseguir que una generación, y la siguiente, y la
siguiente, sea a su vez cuidadora de la anterior?
No se trata de producir cuidadores
cual fábrica en cadena. Tampoco de garantizarnos egoístamente nuestro propio
cuidado desde hoy por miedo al mañana. Tampoco de obligar a las generaciones
futuras a cuidar porque sí. Ni tampoco de aceptar ser hoy cuidadores a cambio
de que en el futuro nos cuiden también a nosotros. El cuidado, o se hace por
amor, o no es cuidado. Y por tanto no puede ser impuesto ni obligado. Ni estar motivado por recompensas futuras.
Pero sí se puede tratar de
alimentar desde la familia —y, por qué no, desde la escuela y la sociedad— contextos
y relaciones en los que más tarde puedan darse las condiciones idóneas para el
cuidado. Sembrar las bases para que nazcan de las personas las actitudes y
disposiciones necesarias para querer después cuidar de otros. Crear vínculos sólidos que unan a las personas y las comprometan.
Quizás esta enternecedora escena
de un biznieto cuidando a su bisabuela, que se difundía hace unos días por las redes sociales, dé pistas:
El artículo citado terminaba con
esta reflexión que suscribo totalmente y que refleja además la filosofía de este blog:
“Para muchos, cuidar de un ser
querido supone un tremendo propósito y un cumplimiento (en el sentido más
positivo). Puede dar profundidad a las relaciones y ofrecer tiempo y espacio
para el vínculo donde de otra manera no podría darse. Parece que la meta,
entonces, no debería ser reducir el cuidado en la familia, sino reducir sus
cargas.”
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