¿No las llevarás al tanatorio?

Es lo que escuché hace dos años cuando comenté que esa tarde iríamos al tanatorio y no necesitábamos dejar a nuestras hijas con nadie. 

Por entonces tenían 5, 4 y 2 años. Había muerto mi abuela, su bisabuela.

No era la primera vez que tenía que justificar esa decisión y responder a preguntas similares.

Ya habíamos vivido otras muertes en la familia y entorno. Con sus tanatorios, funerales, despedidas y duelos.

Y debo de ser tan macabra, que cuando alguien cercano muere yo veo una clarísima oportunidad de aprendizaje en la educación de nuestras hijas. También una buena ocasión para (re)educar y remover conciencias en los demás.

 



Nuestra incursión en el tanatorio ya daría para todo un estudio sociológico. 

Pero prefiero rescatar los valiosos mensajes que aportaba Enric Benito, médico paliativista, en una entrevista que le realizaban el mes pasado en la que básicamente hacía pedagogía de la muerte (sí, esta disciplina existe).

La recomiendo 100%: entrevista completa

  • Aceptación: La clave está en aceptar la muerte, propia y ajena, como parte natural de la vida. La falta de aceptación es lo que genera sufrimiento.
  • Visibilidad: Ocultar la muerte y trasladarla a los hospitales, medicalizarla y sacarla de los hogares trae superficialidad al proceso de morir. Ha perdido su carácter de solidaridad colectiva e integración de personas de todas las edades.
  • Conciencia: Nadie se muere sin saber que se está muriendo. Mucha gente muere sola proque quienes les acompañan no permiten hablar de ello por propia incapacidad.
  • Dolor y sufrimiento: El dolor se maneja con medicación. El sufrimiento es existencial. Morir no duele, es un proceso perfectamente organizado, al igual que el alumbramiento. Sufre el que lo ve.
  • Educación emocional: El profesional que interviene en la fase de final de vida debe conectar, consolar y aliviar. Para lograrlo, debe saber trabajar con el sufrimiento humano y el suyo propio. Hay mucho sufrimiento y problemas de salud mental en los sanitarios. Y la medicina del siglo XIX que todavía perdura no contribuye positivamente.
  • Vinculación vida – muerte: Morir bien habla de una buena vida.

Una de las cosas que más me impacta de esta entrevista es cómo el doctor Benito vivió una crisis existencial en medio del éxito profesional y descubre entonces su verdadero propósito en la vida. Profesional, pero también personal, se deduce. Y reconduce su camino.

 

Para qué estamos. Para qué educamos.

Habitualmente me pregunto cuál es nuestro propósito como madres y padres en medio de este caos social.

La sociedad nos hace creer que nuestra función es asegurarnos de que a los hijos no les falta de nada, protegerles de cualquier mal, allanarles el camino para alcanzar un buen estatus, que tengan amigos, que sean felices (sin entrar en la definición moderna o posmoderna de “felicidad”).

Pero hace poco le decía a alguien:

No conozco a ninguna persona (normativa) que no sepa leer ni escribir, pero conozco a muchos adultos disfuncionales y a infinidad de personas que no tienen un propósito valioso en sus vidas y sufren cada día dejándose llevar por una vida sin rumbo. “Yo es que fluyo”, dicen ahora.

 

La pandemia, el confinamiento y todo lo que trajo consigo me hizo pensar. Cuántas personas de mi entorno se mostraban de pronto frágiles, vulnerables, perdidas, con un miedo atroz al sufrimiento más simple, ¡no poder salir de casa en 2 meses!

Enric Benito lo resume perfectamente:

El sufrimiento, que no es físico, es existencial, lo pones tú cuando te resistes a aceptar la realidad que no te gusta. Es decir, el sufrimiento es la resistencia a aceptar el presente.”


Educar en la muerte.

"La muerte es como un parto, porque si llevas a un niño de 2 años a verlo, no entenderá nada. Verá a gente correr, con estrés y a una mujer gritando. Lo mismo sucede con la muerte cuando no hay información ni criterio."


¿Qué hemos aprendido desde niños? ¿En qué educamos como padres?

Información y criterio es lo que procuramos dar a nuestras hijas para que, cada vez que se enfrentan a la muerte y lo viven en primera persona, entiendan qué está pasando, qué están viendo, qué observan en el resto de personas y qué pueden pensar y sentir ellas mismas.

No es fácil, qué voy a decir. No porque no estén preparadas para vivirlo, sino porque entran en juego conocimientos sobre cuestiones complejas que no son fáciles de explicar, capacidad de abstracción (cuando superan el pensamiento mágico), creencias, ideología. Muchos prejuicios que los adultos ya les inculcamos desde muy pronto.

Pero hay que observar al niño/a, interpretar lo que puede sentir, pensar, empatizar con ello, validar. Hay que anticipar sus miedos, sus resistencias, sus dudas y ofrecer respuestas adecuadas a la edad y la capacidad de cada uno.

Es necesario adaptar el lenguaje, las explicaciones. Es fundamental no infantilizar. Como adultos, caemos en el error de pensar que son más niños de lo que son y por tanto pensamos que no están preparados para comprender ni experimentar.

En realidad, deberíamos cuestionarnos si es nuestra incapacidad como adultos la que nos impide ofrecer respuestas adecuadas a cada niño/a.

Es necesario responder a preguntas incómodas y por lo general inoportunas.

Las que surgen en mitad del tanatorio a voz en grito suelen ser las más inteligentes.

 

Educar para la vida

Los pensamientos, comportamientos, reacciones o expresiones que el niño o la niña puede manifestar cuando vive experiencias relacionadas con la muerte, dicen mucho de la educación que ha recibido y el estilo de crianza de los padres.

La respuesta adaptativa y madura, trascendente incluso, no es fruto del azar ni de una especie de naturaleza mágica con la que ciertos niños y niñas han sido bendecidos.

Es el resultado del “pico y pala” diario. Hablando mucho, explicando mucho, respondiendo a cada “por qué”. Sobre todo, al que nos confronta con nuestras propias debilidades y miedos.

Vivir, entender y afrontar la muerte de manera natural y hablar de ella como parte de la vida le requiere al adulto un esfuerzo constante. Además de información, conocimiento y criterio.

Porque hablar y educar en la muerte significa ir a contracorriente de lo que la sociedad te propone.

 

Enric Benito recuerda que no pudo abrazar a su abuelo.

Ya no abrazamos a los muertos.

Pero se puede abrazar con el corazón. A los niños se les puede educar para que sepan y puedan abrazar a quienes se van.

 

A todos los padres, madres o educadores que quizás están leyendo esto les diría:

Lo más importante en la vida no va a ser que tu hijo o hija haya aprendido inglés y natación. Ni que tenga su primer móvil a la vez que el resto de sus amigos, para que no sufra.

Lo verdaderamente fundamental es que entienda qué significa vivir y cómo la pérdida, el sufrimiento y la muerte forman parte de ese camino. Que aprenda a vivir dando sentido a todo lo que le ocurre, desde bien pequeñito/a. Nuestra misión como padres y madres es acompañarles en ese descubrir qué es vivir y qué es morir y estar dispuestos a responder en cada etapa de su vida a todos los porqués.

Con conocimiento, con criterio y sin miedo.  

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