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DIME CÓMO VISTES Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

Leía recientemente un artículo publicado en 2011 en la revista Dementia, titulado "Design and dementia: A case of garments designed to prevent undressing". Era el resultado de una investigación realizada en Finlandia con personas con demencia donde planteaba el tema de la vestimenta, relacionada con la estética y la expresión de la propia identidad. Y cómo en los centros asistenciales la ropa acaba respondiendo a criterios funcionales. Describía también la falta de autonomía y decisión de la propia persona a la hora de seguir decidiendo cómo viste, cómo se presenta a los demás, qué imagen ofrece y qué personalidad refleja en su manera de prepararse. Y cómo, de hecho, acaban siendo otros (los cuidadores) quienes deciden por estas personas. *








Presenta un tema en el que quizás no hayamos caído especialmente en cuenta. O al que puede que no hayamos dado demasiada importancia. Pero sin embargo creo que es bastante habitual. Al menos yo lo he podido observar tanto en personas cuidadas en sus casas, como en centros asistenciales. Un cambio en la estética de las personas fácilmente observable, difícil de ignorar.

De repente aparecen las faldas y pantalones con cintura de goma, ropa elástica, chándales, camisetas sin botones, o chaquetas y blusas con botones (según lo que se considere más cómodo de poner y quitar), calzado con velcro; ausencia de joyas, accesorios, también de maquillaje y cuidado facial; peinados y cortes en muchos casos parecidos, “prácticos”.

Con esto no quiero decir que no tenga su explicación, por ser más funcional, más fácil, incluso más seguro para la propia persona para evitar riesgos innecesarios. Pero en ese artículo se planteaban los investigadores si no se sacrificaba con excesiva facilidad la estética y la expresividad, por la eficiencia y los costes-beneficios.

Desde luego lo que para unos puede hacer más fácil o rápida la tarea de vestir y desvestir y el trabajo asistencial, para otros, si pudieran expresarse, sería perder poco a poco parte de sí. De quiénes han sido. De la imagen que durante tantos años han ido construyendo. Un modo de presentarse. Un modo de relacionarse con los demás, y consigo mismos. Un modo de valorarse y de quererse. Un modo de cuidarse, de hecho.

Y quizás no resulte tan difícil preguntar a la persona misma, mientras es todavía autónoma, consciente, cuáles son sus gustos y preferencias en lo que a estética se refiere. Si ya no es capaz de expresarse, de recordar, de decidir, se puede preguntar también a familiares cercanos o amigos que la han conocido bien.

Recuerdo una anécdota que una voluntaria de un programa de acompañamiento en residencias me contaba hace un par de años. Visitando a la señora a la que acompañaba todas las semanas, un día esta se quejó de “estos pelillos horribles en la cara que me hacen tan fea”. Casi como un pensamiento en voz alta. La voluntaria, ni corta ni perezosa, se presentó a la semana siguiente con una pinza de depilar y emprendió su tarea. Pues resultó que otras tantas mujeres, al verle, se acercaron rápidamente y le pidieron que por favor también les depilara a ellas.


Respetar lo que uno ha sido y es, también incluye ayudarle a conservar una imagen personal. Continuar con sus hábitos y costumbres a la hora de vestir y arreglarse. No debemos pensar que, “como ya no se entera”, da igual cómo vista o la apariencia que muestre, “mientras esté bien aseada y atendida”. Nuestra imagen externa dice mucho de quiénes somos. Y es reflejo de una personalidad. Nos confiere identidad.


Es muy desalentador ver cómo el proceso de enfermedad, de degeneración, de pérdida de memoria y capacidades, va muchas veces de la mano de cambios externos mucho más visibles que los internos. Ropa poco favorecedora, o impropia de esa persona por su estilo habitual, caras sin maquillar, sin arreglar, cortes de pelo poco cuidados o también poco habituales. Cambios, en definitiva, de los que la persona puede que sea o no consciente, pero desde luego de los que no es responsable. Y probablemente tampoco los desee. Son una señal de que esa persona ya está dejando poco a poco de ser quien era. 



* En el artículo citado, explican que en Finlandia es habitual que los centros residenciales faciliten a los residentes la ropa que deben utilizar. Por lo general coincide con la ropa que se encuentra en catálogos de vestimenta sanitaria de ese país y que también se comercializa en otros países (EE.UU. Reino Unido, Holanda, Suiza, Canadá, Alemania). Son una especie de monos, tal y como se ve en la fotografía, que los propios cuidadores y diseñadores denominan "bunny suit" (traje de conejo) y que los familiares entrevistados en este estudio describían como "ropa de bebés". Responde a criterios de funcionalidad y evita que los residentes se desnuden, se quiten el pañal y facilita la tarea de vestir y desvestir. Pero, tal y como explica este artículo, los familiares y también los diseñadores la consideran infantilizadora y estigmatizante, quita dignidad a las personas y las homogeneiza. Y además asocian esa vestimenta con: personas con deterioro severo, problemas psiquiátricos, incontinencia y uso de pañal, dependencia total, comportamientos socialmente inapropiados. 





En 2008 un alumno finlandés en su Trabajo Fin de Máster en Artes (Wikber, 2008) proponía un nuevo diseño que también respondía a criterios de funcionalidad y requisitos técnicos, pero al mismo tiempo buscaba: expresar la femineidad y masculinidad y el propio estilo personal a la hora de vestir; evitaba la estigmatización y no ponía en evidencia que la persona tenía incontinencia y usaba pañal.






(A la izquierda, el mono habitual, a la derecha, la señora mayor vistiendo el nuevo diseño)






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