Cada año se celebra el Día Internacional de la Felicidad, decretado por la ONU en 2012. Con él se
pretende reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar de las personas
como una aspiración universal. Aspiración de todos. Crucial en la vida de cada
individuo.
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Recientemente asistía a un curso
de formación sobre el Enfoque de Atención Centrada en la Persona. Al comienzo
nos hablaban de “las 3 haches”: Hospital, Hotel, Hogar. Nos hacía reflexionar
sobre la necesidad de llegar, por fin, a la tercera H.
Hogar…
Cualquiera que ha visitado alguna
vez una residencia de ancianos sabe que distan mucho de ser un auténtico hogar.
Sin quitar mérito y reconocimiento a todas las personas que allí trabajan y
que, sin duda, se esfuerzan cada día por crear un espacio y ambiente hogareños.
Difícilmente se desprenden del “ambiente hospital”. Tampoco del “ambiente hotel”.
Guste o no, parece que seguimos a caballo entre las dos primeras haches.
Y le daba vueltas a esta idea cuando
la semana pasada recibía la newsletter semanal de un portal web especializado
en geriatría y leía los titulares de las noticias. Resumiendo: mobiliario que
garantiza el confort y bienestar de los mayores, sistemas de gimnasia pasiva,
nuevos medicamentos, innovación en teleasistencia, sistemas de iluminación
antipatógenos, baños adaptados y accesibles, vajillas antibacterianas, cocinas
industriales para residencias, nebulizadores, ropa de cama anti escaras,
audífonos y camas articuladas.
Asistencia, asistencia, asistencia. Hotel u hospital, qué más da. Pero ni una sola noticia planteaba
siquiera indirectamente el tema que a todos preocupa: ¿cómo ser feliz?
Es más.
¿Cómo ser feliz o ayudar a ser feliz a quien va a terminar sus días en un
entorno que no es el suyo, alejado de lo que siempre ha tenido y conocido, con
poca oportunidad de decisión, mandada por otros, rodeada de personas que no
conoce, adaptándose a rutinas, horarios y costumbres no elegidas ni, en muchos
casos, queridas?
Decían en el curso, “comer,
dormir, cagar y estar vestidos es lo básico; se entiende que todas las residencias te van a
garantizar esos mínimos, que además están regulados”.
Pero… ¿me garantizarán que allí seré
feliz?
Que el mundo de la geriatría y la
gerontología precisa de innovación y avances tecnológicos, nadie lo pone en duda.
Que dichos avances contribuyen a un mejor estado de salud y asistencia socio-sanitaria
de las personas mayores, tampoco lo niega nadie. Que además con todo ello se
busca una mejor gestión, más eficaz y
eficiente de las instituciones y, si se puede, un mayor ahorro, se da por
supuesto.
Pero lo que nadie puede negar
tampoco es que, una vez más, y quién sabe hasta cuándo, la tercera hache queda
muy lejos de ser real.
Un hogar, nuestro hogar, no se construye con una butaca
de diseño, una cama articulada, un menú dietético y nutritivo, una actividad
terapéutica, una medicación controlada y un pañal limpio. Un hogar se construye
con personas y con relaciones, básicamente. Con vínculos afectivos, sentimiento
de acogida, sentido de pertenencia. Y uno es feliz cuando se siente dueño de su
propia vida, toma sus propias decisiones, elige qué es lo que le hace más o
menos feliz y siente que en su entorno puede contar con los recursos y apoyos
necesarios para realizar su propio proyecto de vida. Según sus necesidades y
sus intereses.
Si a cada uno de nosotros nos
preguntaran ahora, en este momento, qué necesitamos para ser felices, dudo que
nadie hablara de sillas, camas, bandejas y medicaciones. La felicidad es otra
cosa. Y parece que poco a poco nos vamos dando cuenta de que felicidad y hogar
van de la mano. También en los servicios gerontológicos.
El camino hacia la tercera hache
parece todavía largo, pero sin duda se están dando pasos.
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