Y no me refiero
tanto al tiempo, sino a las personas. Sabemos, y nos han enseñado, que tenemos
que aprender a dar sin esperar recibir nada a cambio. Lo que se llaman actos de
donación. Lo de no recibir retribución, está claro. También lo de las
gratificaciones materiales. Pero ¿y el agradecimiento? Muchos, cuando hacemos
las cosas en beneficio de otros, esperamos al menos un agradecimiento. No
necesariamente manifiesto, de palabra, pero sí una actitud en la otra persona,
una mirada que nos muestre que lo que hacemos es recibido de buen grado, es
valorado y apreciado y se tiene en cuenta.
Pero en ocasiones, “el que espera, desespera”. Ese agradecimiento por lo que hacemos, lo que nos involucramos, lo que sentimos con el otro, lo que nos volcamos en asuntos y personas que a veces ni si quiera nos incumben o tocan directamente… no siempre llega. A veces quienes están alrededor de ese cuidado, de cuidador y persona enferma, se involucran como los que más. Calladamente, en silencio. Sin que nadie se lo haya pedido explícitamente. Quizás no haciendo nada especial, pero estando ahí, con su presencia, con su apoyo, su cariño. Esa implicación que puede parecer menos importante o necesaria, pero no por ello menos valiosa, no siempre es apreciada. O si lo es en el momento, luego parece que se olvida. El cuidado absorbe en el día a día a quienes de forma directa asumen el rol de cuidador. El estrés, la tensión, la preocupación, los problemas, acaban acotando el campo de visión. Y esos “cuidadores satélites” van quedando al margen porque en realidad “ellos no cuidan”.
El convencimiento con lo que uno
hace y la bondad desde la que busca ayudar y servir a quienes lo necesitan en
un momento dado, aportando a ese cuidado aun cuando no le competa directamente,
deben ser motivo suficiente para estar satisfechos con la labor realizada. El
agradecimiento podrá llegar antes o después. De unos o de otros. A veces de
quienes menos se espera. O quizás no llegue nunca. También es importante entender por qué las personas se olvidan de agradecer. O dejan de apreciar y
valorar lo que en un momento dado les parecía una ayuda crucial. La vida
avanza, el tiempo pasa y cambia la perspectiva, el sentido de las cosas, larelación con las personas, el valor que damos a las cosas y a quienes tenemos
cerca o quedaron atrás.
Pero que nada ni nadie pueda decir que, cuando tuvimos
ocasión, no quisimos; cuando se nos necesitó, no estuvimos; cuando se nos
pidió, no dimos; y cuando nadie lo esperaba, nos ofrecimos.
La satisfacción con lo que uno mismo ha demostrado ser, estar y
ayudar, no por deber sino por querer, y sobre todo el aprendizaje acumulado, deben
ser ya recompensa que ahí queda para siempre en cada uno de nosotros.
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