Se dice que ser dependiente,
depender de otros, es algo natural. Efectivamente todos nacemos dependientes y
necesitamos que nos cuiden. Y queremos convencernos de que ser dependientes y
precisar de cuidados más allá de la infancia y en diferentes momentos de
nuestra vida, debe ser visto también como algo natural.
La realidad es que cuesta verlo así.
Recuerdo que un profesor mío de la carrera nos preguntó una vez en clase:
¿Saben cuál es la diferencia entre un bebé y un anciano?
Pero en el caso de la persona mayor, más que un trampolín, bien podríamos utilizar la metáfora del tobogán. Todo se percibe cuesta abajo, quien más quien menos. El futuro deja de ser futuro, porque en el horizonte todo es incertidumbre, miedo, caída. Se piensa más a corto plazo, las metas se van fijando de poco a poco y se vive más en el hoy que en el mañana.
Y el lenguaje siempre construye realidades, como se suele decir.
La realidad es que cuesta verlo así.
Recuerdo que un profesor mío de la carrera nos preguntó una vez en clase:
¿Saben cuál es la diferencia entre un bebé y un anciano?
Que el futuro del anciano está desfuturizado. La sociedad desfuturiza al anciano.
Nos costó entender el profundo calado de esta afirmación.
Cuando se trata de un bebé la dependencia se da por sentada y el cuidado resulta algo placentero, prometedor: queda toda una vida por delante. Cuidar es invertir. Y es construir para ese bebé el trampolín que dará el pistoletazo de salida a una vida larga y fecunda, repleta de horizontes todavía por descubrir. El adulto confía en que las satisfacciones que reportará el cuidado equilibrarán siempre la balanza.
Nos costó entender el profundo calado de esta afirmación.
Cuando se trata de un bebé la dependencia se da por sentada y el cuidado resulta algo placentero, prometedor: queda toda una vida por delante. Cuidar es invertir. Y es construir para ese bebé el trampolín que dará el pistoletazo de salida a una vida larga y fecunda, repleta de horizontes todavía por descubrir. El adulto confía en que las satisfacciones que reportará el cuidado equilibrarán siempre la balanza.
Pero en el caso de la persona mayor, más que un trampolín, bien podríamos utilizar la metáfora del tobogán. Todo se percibe cuesta abajo, quien más quien menos. El futuro deja de ser futuro, porque en el horizonte todo es incertidumbre, miedo, caída. Se piensa más a corto plazo, las metas se van fijando de poco a poco y se vive más en el hoy que en el mañana.
Y el lenguaje siempre construye realidades, como se suele decir.
Al niño se le cuida porque está en "época de crianza". Al mayor se le cuida porque "es dependiente".
¿Acaso no lo son los dos? ¿Acaso no lo somos todos?
Pero en ambos casos es la sociedad la que habla, no la persona. Decía Donati (sociólogo italiano) que en estas "sociedades adultocráticas" nuestras, el niño y el mayor pintan bastante poco. El adulto es el protagonista que lleva siempre la voz cantante. Y en este caso, es esa sociedad de los adultos la que da futuro a unos y quita futuro a los otros.
En el caso del mayor, la sociedad no ve futuro sino final. Elimina ese horizonte y la persona deja así de ser proyecto. Se le cuida hoy sin pensar en mañana y esperando muy poco de ella. Y así es como cuidar a los mayores se acaba viendo como una pérdida de tiempo y de dinero que no resulta rentable. Y entonces ya sólo queda vigilar que no se caigan del tobogán.
Este profesor explicaba que en el bebé primaba la "proyectividad". Es decir, la sociedad le reconoce al bebé ese futuro y la capacidad de proyectarse, de construir más adelante y con ayuda de otros un proyecto de vida. Y mientras, los cuidados que se le brindan proyectan a ese bebé hacia su porvenir. Se le ayuda a encaramarse poco a poco al trampolín.
Definitivamente, cambia el horizonte hacia el que uno se proyecta. Y le proyectan. Y cambia la mirada desde la que se reconoce o no un futuro en la vida de las personas.
Cuando esos adultos mayores han sido ejemplo, han sembrado amor y bondad, y se han desempeñado como buenos papás y abuelos en sus vidas, seguramente tendrán cuidados de acuerdo a las posibilidades, pero cuando esos “abuelos” han tenido una vida poco virtuosa y llega el momento de cuidarlos por su comorbilidad es cuando llega ese momento difícil que seguramente nunca se pensó ni se planeó.
ResponderEliminarGracias por tu reflexión. Recientemente leía este interesante artículo: "Los malos también envejecen, ¿merecen ser cuidados?" https://cenie.eu/es/blogs/envejecer-en-sociedad/los-malos-tambien-envejecen-merecen-ser-cuidados-0
EliminarTe animo a que lo leas, creo que nos lleva a cuestionarnos algunas cosas.
Muy buen post.
ResponderEliminar¡Gracias!
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