Cuando uno es cuidador y ve que
su vida cambia drásticamente en poco tiempo y asume nuevas funciones y
responsabilidades, no es raro que a modo de consuelo se diga a sí mismo: “Cuando
esto termine, todo volverá a ser como antes”.
Con frecuencia podemos echar la
vista atrás y recordar con nostalgia esa vida que llevábamos antes. Cosas que
hacíamos, hobbies que teníamos, personas a las que veíamos con más frecuencia.
Esa libertad con la que vivíamos. Incluso podemos recordar otro yo distinto.
Quizás más alegre, más despreocupado, más liberado. Sin tantas
responsabilidades, sin alguien dependiente de nosotros. La perspectiva de
recuperar esa vida anterior nos puede ilusionar, alentar, dar ánimos y
esperanzas de un retorno a lo que fuimos y a lo que hacíamos.
Pero conviene que nos paremos un momento y nos hagamos con sinceridad la siguiente pregunta:
¿Volveré a tener la vida que tenía antes? NO
Puede sonar rotundo. Pero démosle vueltas a ese “NO”.
Pensemos por un momento que al
nacer nos sitúan al inicio de un camino, de nuestro camino, y nos dicen que
nuestro objetivo es llegar a ese horizonte donde el sol se pone. Esa puesta de
sol representa nuestro destino o el fin de nuestras vidas, que casi todas las
personas lo identificamos con “ser felices”. Yo inicio ese camino con una
mochila que con toda probabilidad aumentará y disminuirá de peso por el simple
paso del tiempo y la acumulación o abandono de cosas que necesitaré en el
trayecto. Tendré además la compañía de otros que al igual que yo caminan, en la
misma dirección u otra pero cada cual en su camino, a veces compartido. Puedo
tomar diferentes rutas, elegir atajos, perderme, unirme y separarme de otros
caminantes, distraerme con el paisaje o disfrutar de él. El camino puede
hacerse más fácil o difícil y los obstáculos no van a faltar. En el momento en
que yo me convierto en cuidador, muchos coincidiríamos en que el camino “se
tuerce” y probablemente nos encontramos ante nosotros una gran cuesta arriba
difícil de subir, escarpada y con cambios en el tiempo que nos llegan de un
lado y de otro. Tras la experiencia de cuidado, llega el final, el terreno se
allana y continuamos con el camino.
¿Volvemos atrás? ¿Recuperamos el camino que seguíamos antes de llegar a la cuesta? ¿Volvemos al inicio para ver si podíamos haber seguido una ruta distinta?
En realidad continuamos andando. Probablemente con el calzado más desgastado, la espalda dolorosa, los pies cansados y una mochila que parece distinta. Pero si hemos sabido vivir y dar sentido al cuidado, si lo hemos hecho parte de nuestra vida y hemos aprendido de la experiencia para entendernos y conocernos mejor a nosotros y a los demás y sobre todo hemos cuidado y hemos intentado hacer feliz a esa persona, nos encontraremos con una cosa: hemos subido la cuesta, a nuestro ritmo, cansados pero constantes; en el camino hay quienes nos han empujado para arriba, nos han ayudado con la mochila en diferentes tramos y nos han ofrecido agua y comida; nos han mostrado el sol en la cima, nos han acompañado con su presencia y su conversación, nos han ofrecido abrigo y bastón y nos han animado a mirar para adelante y no lamentarnos de haber elegido esa ruta y no otra.
¿Qué quiero decir con todo esto? Si
verdaderamente pretendemos recuperar esa vida que teníamos antes de ser cuidadores, si manifestamos el firme deseo
de que “todo vuelva a ser como antes”, nos llevaremos una gran decepción.
Porque la vida no es un ir y volver atrás, es pararse o seguir siempre
adelante. Lo que cambia es el contenido de esa mochila, el ritmo y ganas con
que sigo caminando y las personas que en cada momento me acompañan.
Cuando nos hacemos cuidadores, la
vida nos plantea la posibilidad (que puede ser aceptada o no, no lo olvidemos) de
ser alguien que no éramos hasta ese momento. Y con ese nuevo yo llegan experiencias,
oportunidades, alternativas, decisiones, que irán marcando un nuevo camino
siguiendo o no la ruta marcada hasta el momento. Es necesario entender que
hemos vivido un proceso, una etapa que ya forma parte de quien soy y de lo que soy. Nos ha removido por dentro y por fuera. Y ha generado cambios en la forma en cómo nos relacionamos con
los demás y el modo en cómo entendemos, afrontamos y disfrutamos de la vida. Nos ha hecho ser distintos.
Por lo tanto la vida nunca
volverá a ser la de antes, pero porque NO tiene que serlo. Ser cuidador no es una
pérdida, es un cambio que puede llevar al aprendizaje y la transformación de
uno mismo. Hemos aprendido a subir cuestas, a elegir una buena ruta, a aprovechar
atajos y compartir camino y mochila con otros. Hemos descubierto paisajes y
compañeros de camino, lugares en los que parar y nuevos sitios por descubrir. Hemos descubierto nuestro camino y nos
dirigimos a esa puesta de sol con una mochila llena hasta los topes. Cómo
hagamos uso de ella, es cosa nuestra.
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