Hay cuestiones, temas en esta
vida que parecen de sentido común. Tan de sentido común que la gente se atreve
a hablar y opinar con toda ligereza, como si fuera obvio lo que hay que hacer.
Te conviertes en cuidador y
afloran a tu alrededor grandes opinólogos que saben exactamente lo que harían en tu
situación concreta, en el caso concreto, con la persona concreta, desde tu visión,
carácter y personalidad concretos. Saben cómo se cuida y las decisiones exactas
que tomarían en cada momento. Y además saben discernir perfectamente la
moralidad o no de cada una de esas decisiones hipotéticas y ven con absoluta
claridad la idoneidad o no de actuar de una forma o de otra.
¿Y tú?
Sí, tú, que eres cuidador, ¿qué opinas, tú que sí cuidas?
Cuando fuiste consciente de que tu nuevo papel en la vida iba a ser
el de cuidar de un familiar enfermo o dependiente, ¿sabías cuidar? ¿Te habían
enseñado a cuidar? Quizás sí. ¿Cuidas igual que lo hacen otras personas? Hay
quien cuida bien y quien cuida mal. Hay quien no sabe cuidar o quien
directamente se desentiende. ¿Estás plenamente convencido de las decisiones que
has ido tomando? ¿Crees que has cuidado de la mejor manera posible que cabía
esperar en tu situación y circunstancias? ¿Estás seguro de la moralidad y conveniencia de cada una de las
decisiones que has tomado? ¿Te arrepientes de algo o cambiarías algo si
pudieras volver atrás? ¿Te han dado ganas en algún momento de largarte y no
volver?
¿Por qué planteo estas
preguntas? Pues precisamente porque el cuidado es una experiencia muy personal
que cada uno acepta, vive y sobrelleva a su manera. Pienso sobre todo en
una frase que leía el otro día en twitter que refleja muy bien lo que aquí
intento expresar y que titula esta entrada:
“Quien juzgue mi camino, le
presto mis zapatos”
Cuánto nos gusta hablar, opinar y
juzgar sobre todo y sobre todos. Lo mismo sea sobre algo trivial como el tiempo
que hace hoy, como nos lanzamos a opinar sobre algo tan personal y singular
como es cuidar de alguien dependiente. Y qué poco conscientes somos del dolor (visible o
no) que provocamos en las personas cuando juzgamos la manera en cómo manejan
una situación que es de suyo tan complicada y difícil y ante la cual te sientes
tantas veces sólo.
Si existe formación, apoyo y
asesoramiento al cuidador, quizás sea porque no es un tema tan de sentido
común.
Entonces, ¿por qué no mostrar más
prudencia? ¿Por qué no pensar que quizás no todos están capacitados o en situación
de opinar y aconsejar? ¿Por qué juzgar sin conocer? ¿Por qué aconsejar sin
haberlo vivido? ¿Por qué relativizar lo importante? ¿Por qué dramatizar lo que
es relativo? ¿Por qué generalizar lo que es único y personal?
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