La familia es, por definición, comunidad de personas unidas por lazos de
consanguineidad y vínculos afectivos que dan lugar a relaciones
intergeneracionales (abuelos, padres y nietos) e intrageneracionales (entre los
mismos hermanos y entre los mismos cónyuges) y que facilita además la
socialización de sus miembros.
La familia, por tanto, no es la simple suma de sus miembros, de las
personas que viven bajo el mismo techo, sino que se identifica además con esas
relaciones personales y humanas que se crean en su seno. Puesto que cada
persona es distinta y única y posee por lo tanto una identidad y personalidad
únicas, también la familia, en
tanto que comunidad de personas, es única e irrepetible.
Así, en el caso de la familia cuidadora, cada una de ellas presenta sus
propias singularidades y circunstancias concretas.
Bien es verdad que, al hablar de “familia cuidadora”, en seguida nos vienen
a la mente aquellas características, circunstancias o señas de identidad que
nos ayudan a identificar a qué nos referimos con esa etiqueta de “cuidadora”
para distinguirla de lo que podríamos llamar familias “no cuidadoras”. Aunque, en realidad, la
familia, de suyo, siempre es cuidadora de sus miembros, siendo precisamente esa
su principal función.
Lo que habría que distinguir en ese caso, y es lo que distingue a una
“familia cuidadora” de una que no lo es, es si los miembros a los que cuida esa
familia son o no dependientes de su entorno próximo para la realización de las
actividades de la vida diaria y la duración y grado de esa dependencia. Puesto que también en ese sentido habría que
señalar que todas las personas somos dependientes de una u otra forma a lo largo
de nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos.
Como decía, al hablar sobre la “familia cuidadora”, frecuentemente se
piensa en determinadas etiquetas que la sociedad ha acabado por atribuirle:
dependencia, personas mayores, discapacidad, vejez, deterioro, ayudas públicas,
servicio asistencial, residencias, estrés, cansancio, Ley de Dependencia, y
tantas otras. Y, en efecto, probablemente las propias familias cuidadoras
coincidirían en afirmar que todas ellas se ven en mayor o menor medida identificadas
con dichas etiquetas puesto que todas, al fin y al cabo, tienen a su cargo a
familiares dependientes que les llevan a vivir situaciones parecidas.
Pero, por otra parte, si habláramos con cada una de esas “familias
cuidadoras”, seguramente encontraríamos que cada una manifiesta una
singularidad concreta que la hace única y por la que además ella misma se
siente y quiere ser tratada como única: por la persona concreta a la que cuida,
por la causa que le ha llevado a ser dependiente, por la estructura y organización de la propia familia, por la forma de aceptar y asumir su labor de cuidadora, por las repercusiones que la
nueva situación está teniendo en sus miembros, etc.
Y vuelvo a resaltar lo de “sentirse y querer ser tratada como única”,
porque el riesgo que se puede correr al estereotipar a las familias cuidadoras
y atribuir a todas ellas las mismas etiquetas, es el de llegar a la conclusión
de que todas ellas tienen las mismas necesidades. Y este es uno de los mayores errores que podemos cometer. Primero, porque
la propia familia no se sentirá comprendida en su situación particular, y
segundo, porque la atención que se le dé no será personalizada ni adaptada a
sus necesidades concretas y personales. Lo cual tendrá serias
implicaciones en la intervención socio-educativa, que acabará siendo
reduccionista y limitada.
Cada familia cuidadora
es, por tanto, una familia única y singular, con necesidades particulares, que
vive una situación muy concreta y que además involucra a personas también
únicas y singulares.
Así pues, cada familia cuidadora y su correspondiente situación y
circunstancias concretas, deben ser analizadas y atendidas de forma
personalizada. El objetivo es, por un lado, atender las necesidades que esa
familia en particular manifiesta, y no las necesidades que normalmente le son
atribuidas casi de forma automática a la “familia cuidadora”. Y por otro lado,
conseguir que cada familia se sienta verdaderamente entendida, comprendida,
atendida y ayudada. De esta manera, la ayuda y servicios que se le faciliten
irán realmente encaminados a colaborar y apoyar a cada familia en el
cuidado y atención de sus familiares dependientes.
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